Estamos ante una muestra colectiva que pretende analizar los paralelismos entre el arma bélica o de caza y la cámara fotográfica o lo que es lo mismo reconocer la relación entre el cazador y el fotógrafo. A finales del siglo XIX, en un ambiente de euforia tecnológica y un creciente interés por la velocidad, Etienne-Jules Marey dirigió su investigación a visualizar el movimiento y detenerlo en las distintas fases que el ojo no puede ver. Logró aplicar los principios y el diseño de un fusil para conseguir que la toma de la imagen fuera cada vez más rápida. Aunque su dispositivo no mataba sí ejercía la misma autoridad y coloca, hoy igual que entonces, a quien empuña la cámara en una posición de poder, ya que impone una mirada y determina la narrativa de la imagen. Incluso, el medio fotográfico, se apropiará del lenguaje bélico: el fotógrafo dispara cuando toma una foto y captura una imagen como si se tratara de una presa. Observar, esperar el momento, un instante y fijar para siempre: atrapar para inmortalizar.

La imagen es capaz de registrar la violencia en directo o reproducir el rastro que dejan los conflictos en las personas y los territorios; también puede narrar el previo a la crueldad o sugerir una acción bélica distanciada en el tiempo y el espacio. Este último recurso es el que utiliza Kristin Oppenheim: sus haces de luz nos trasladan a un escenario de acoso o persecución. Presenta ese momento aterrador donde se es vigilado y cegado por el observador/predador recurrente en las películas de guerra.