
Es evidente que en los procesos de relación interviene muy activamente el terreno que pisamos, el aire que respiramos y la luz que da vida. Los árboles que integran el bosque o los individuos que constituyen una comunidad, establecen vínculos muy fuertes entre ellos y con su entorno. Manuel Granados ha asumido la tarea de imaginar mapas para ese territorio; lo ha representado a modo de banderas a las que imprime un carácter libertario, donde todo cabe y encuentra su sitio, pero sobre todo, pretenden estar en continua transformación por una genuina vocación inclusiva.

Con estas banderas no se persigue describir un territorio idílico, sino ofrecer un escenario real en el que se representa el teatro de la vida donde se repartan infinitos papeles para ser interpretados por todos los actores de cualquier idea.

Estamos de acuerdo que las banderas son símbolos que representan la organización política de un territorio; pero puede ser cuestionable el hecho de que las personas que habitan ese espacio se identifique con ese trozo de tela de colores más o menos vistosos combinados de diversas formas. La pregunta que se hace Granados es si esa construcción artificial por excesivamente mental y práctica somos nosotros, si realmente ese estandarte reivindica los conceptos puros que nos definen como individuos. Ir más allá de la cultura significaría entender que vivimos en un escenario donde ser francés o español es algo azaroso y lo que realmente importaría es cómo se es francés y español.

Las banderas suponen trazar fronteras entre personas. Llevan inscrita cierta vanidad, representan un juego de egos y la supremacía de unos sobre otros. Se hace necesario, en un mundo globalizado, que las fronteras se vayan diluyendo cada vez más y no sólo para las mercancías, sino sobre todo para las personas.

La esencia de la identidad que nos conforma como individuos dentro de una comunidad tendría más que ver con lo que no tiene forma física ni política, es decir, con la cultura, la moral, la espiritualidad, las emociones, los pensamientos,… y la dirección en la que se enfocan. Por ello Manuel elabora sus banderas como la conformación de un territorio sin límites ni exclusiones. No le mueve la estética formal sino construir un espacio diverso para una sociedad de multiplicidades; por eso el resultado es luminoso, brillante, colorista,… porque está cargado de la belleza del concepto de inclusión donde la unión de los opuestos es una realidad. En sus banderas cabe la vida y la muerte, el pasado y el presente, lo hermoso y lo abyecto, lo orgánico y lo inerte, la creación plástica y la máquina, lo bello y lo grotesco, en definitiva, lo otro y lo diverso.
Las preguntas fundamentales que se hace el individuo para conocerse y ubicarse no saben de ideologías; al menos esta es la reflexión que nos aportan estas banderas abiertas, sustituibles y en constante movimiento.