Texto__MARCA DE AGUA. Asun Valet. Fundación Ramón J. Sender – UNED

Asun Valet ha reunido en Marca de agua una serie de piezas fruto de una trayectoria madura y comprometida con la pintura. La experiencia no sólo le ha servido para alcanzar una precisión y destreza plástica visible para todo aquel que mira sus obras, sino que durante este recorrido, basado en una seria investigación de materiales y formas, ha ido definiendo conceptos que ponen el foco en dos cuestiones fundamentales: de un lado, la intervención presencial en el acto de reparar, es decir, facilitar la convivencia entre aquello que se da la espalda, entre lo que parece que no se corresponde; y por otra parte, el intento de hacer visible que somos devenir, transformación y cambio.

La artista es consciente de que en ese transitar por la vida se está sometido a una serie de fuerzas encontradas, una tensión entre racionalidad y emoción, caos y orden, acabado e inacabado, azar y precisión, orgánico e inorgánico, dinamismo y quietud, control y descontrol, expresión y reflexión. Lejos de tomar partido por una u otra alternativa de los contrarios, en sus pinturas se decanta por la acción que supone mantener el equilibrio entre ambos polos; de este modo, reconstruye un escenario donde se diluye la paradoja, sin anular las fuerzas opuestas, además de facilitar la unión a través de enlaces dinámicos y circuitos de conexión.

El espacio finito del lienzo o papel representa un instante, un fotograma estático de los millones que completan la película en movimiento, una pequeña ventana que muestra una fracción de vida sin antes ni después, sin principio ni final. Cada pincelada vibrante se empeña en captar el movimiento en crudo, la resonancia de un hacer cotidiano; una dinámica de aprendizaje y experiencias dirigidas al ser y estar en el mundo. El conocimiento producido se solapa en las innumerables capas que nos conforman como individuos.

En el título, Marca de agua, encontramos toda una declaración de intenciones; a pesar de que una vez acabada la obra de arte actúa como un organismo independiente que desarrolla su propio lenguaje para dialogar con el espectador, la artista deja patente su responsabilidad con la búsqueda de las formas y la investigación conceptual y fija en cada pieza su propio sello de identidad. Todas las obras llevan impresas la Marca de agua, una memoria alejada de la auto-complacencia que afianza el compromiso adquirido de no abandono, de estar presente durante todo el proceso de descubrimiento, observación y aprendizaje.

Esto ya queda patente desde la primera obra que abre la exposición: un políptico integrado por cinco cuadrados de lienzo en crudo forrado de papel gampi, un delicado material japonés, cuyas fibras hechas a mano se entretejen aportando una superficie satinada y de transparencia perfecta para ser atravesadas por las piezas metálicas que dibujan tres líneas curvas entrecruzadas, formando una especie de carácter ficticio de un lenguaje inventado. A pesar de disponerse de modo que asemejan suturas quirúrgicas impolutas, estas costuras no parecen unir ninguna grieta ni rotura y, sin embargo, perforan el soporte como si se tratara de una piel; se deja constancia así de cómo las cicatrices son rastros que demuestran que lo vivido es real y se incorpora en la memoria.

La marca distintiva en la obra de Valet recae en el empeño por dejar registro de una presencia comprometida, que al mismo tiempo confirma la idea opuesta de impermanencia; de este modo, los alfileres tratados como pequeñas joyas revalorizan la marca de agua que perfilan. La huellas creadas pueden percibirse como bordados primorosos o como cicatrices de un mundo imperfecto y finito, pero en cualquier caso reescriben una página más del relato, siempre incompleto, del transitar. La identidad, por tanto, se intuye en la amalgama de capas de saberes, percepciones, descubrimientos y aproximaciones, que van fundamentando nuestros pensamientos y emociones, en un continuo proceso de cambio y transformación.

La marca de agua es el sello de voluntad consciente; y sin embargo, se manifiesta como identidad sutil y ligera acompañando armónicamente al gesto violento de los pigmentos de hierro y la mezcla de color y agua. Una agresión bien soportada por la aparente fragilidad del papel japonés cuya extensión de vacío, traslúcido y delicado, no pretende acoger las cosas, ni siquiera su apariencia o simulación, sino dar cabida a las estelas de los sucesos, a las resonancias intuidas en la realidad que transita.

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