Texto__DIMENSIONES PARA UN ENCUENTRO. Exposición LOS MÁRGENES NO SON HERMOSOS. Silvia Castell. Fundación CAI. Zaragoza.

____________________________________________________________________________________________________

DIMENSIONES PARA UN ENCUENTRO

La filosofía del límite alienta, más bien, un espacio intersticial entre lo Ideal y lo Real en que se aloja, precisamente, el ser del límite, determinando de este modo un concepto fronterizo de razón.

Eugenio Trías1

____________________________________________________________________________________________________

Aquí es desde donde Silvia Castell parte para desplegar su poesía visual. Tanto las pinturas, como los grabados y collages nos están hablando de su condición fronteriza; una perspectiva que le permite posar la mirada en las áreas limítrofes. Sus obras son reconstrucciones hechas a partir de territorios, paisajes, elementos y cosas que están en los márgenes, les da una segunda oportunidad y los dignifica al preservar su memoria. Al poner en relación individualidades diversas, la artista crea conjuntos complejos de gran sutiliza y sensibilidad donde se encuentran estas subjetividades que darán lugar a la diversidad que alberga la conciencia.

Serie Espacios intermedios 1, 2021. Acrílico sobre tela. 100 x 81 cm

En este proceso constructivo Silvia Castell sigue un método intuitivo; en cada una de sus obras se pueden observar tres acciones diferenciadas. En un primer momento, se deja llevar por los espacios que le atraen: lugares muy próximos que se encuentran y proliferan a nuestro alrededor y son imposibles de esquivar porque, a pesar del abandono, los siente cargados de vida; son fragmentos de existencia que elige aleatoriamente: un cielo, un paisaje marino, una textura, un descampado, unas matas secas, un edificio medio derruido o un paraje abandonado. En segundo lugar, actúa sobre ellos en una operación deconstructiva y simplificadora: los acota y encuadra para seleccionar un mínimo fragmento de esos entornos, una suerte de representación del objeto o existencia, convirtiéndolo en una imagen esencial cercana a la abstracción; para acabar en el tercer estadio, donde realiza una labor de síntesis, entre emoción instintiva y voluntad racional, al unir las partes y trazar un espacio renovado, que si bien es nuevo, conserva la memoria de las subjetividades previas.

Podemos hablar así de un proceso paradójico de descomponer para componer. Aunque a priori parece un trabajo arcano y misterioso, este es el sistema orgánico necesario para la creación de vida a partir de unos pocos elementos fundamentales que, en un constante juego de enlaces, constituyen átomos, moléculas, células, tejidos, órganos e individuos. Es a través de este mecanismo de seccionar para volver a suturar que la artista toma fragmentos del mundo percibido para una reconstrucción creativa que no destruya la identidad primigenia.

Este mundo ancestral, que la artista mapea en sus obras, es la resultante de desactivar el mundo ordenado y estructurado de nuestro ámbito sensorial. Estas piezas recogen la disgregación de lo concreto y objetivable, es decir, todo lo que se puede nombrar y es admitido por el conjunto de los participantes de unos códigos y reglamentos; y lo une a lo que se había olvidado o desechado, a lo innombrable por insignificante y quedaba fuera de las cerradas categorías y jerarquías de la lógica unívoca.

En la acción creativa la mente se silencia para acoger la poesía reparada

Qué duda cabe que el mundo de lo concreto y objetivable es imprescindible para manejarnos en el día a día; ordenar y simplificar la información física que percibimos y compartimos a través del lenguaje es una tarea práctica para no perdernos en el maremágnum del pensamiento abstracto. Sin embargo, por medio de la creación, los símbolos y los rituales, el ser de razón fronteriza, tal como Trías lo denomina, adquiere la facultad de silenciar la mente, es decir, entrar en un estado donde lo concreto se desvanece, se fracturan las verdades inamovibles y se pone en duda las palabras y la lógica como lenguaje único.

Y esto es importante porque la concreción racional necesaria supone una barrera que restringe y empequeñece. Y como tal, constituye una violencia, una agresión que trata de subsanarse volviendo a recomponerse en una nueva forma de comunicación inclusiva donde se acepte lo concreto y lo subjetivo, lo visible y lo invisible, la intuición y la razón; en definitiva un lenguaje poético que medie entre lo que hay a cada lado de las lindes, capaz de aceptar la ambigüedad y lo ambivalente. Las obras de Castell pertenecen a ese lugar fronterizo de la poesía reparada cuya acción restaura las ausencias y pérdidas que se han quedado abandonadas en el camino de las verdades únicas y homogeneizadoras.

En ese espacio intersticial donde las dualidades se funden es el sitio en el que la artista se posiciona, estableciendo puentes entre lo obvio y lo imaginado. Un lugar de privilegio para el pensamiento y la producción artística. Estos ecos potencialmente fijados en las obras de arte proporcionan al observador una vía de entrada a ese silencio clarividente que nos da a ver, conocer, comprender, e incluso desarticular, por qué no, las estructuras aparentemente inapelables.

Evanescencia y línea. Desde la intuición la línea es atmósfera

De este modo, Castell construye poesías liberadoras. Poesías, por su condición de creaciones subjetivas; liberadoras, no solo porque están abiertas a la multiplicidad, de sus integrantes y sus interpretaciones, dejando evidencia de las opciones y los futuribles diversos, sino también por el modo de hacer respetuoso con la memoria original. La creación artística es una ficción; y sin embargo, este nuevo ensamblaje artificial es una voluntad ordenada que se manifiesta más real porque deja al descubierto cómo se han ido uniendo los distintos fragmentos; las líneas rectas son el testigo de una reparación intencionada, aunque realizada de un modo aleatorio y transversal, no hay prioridades ni jerarquías. Es así que se establecen nuevas relaciones que la artista conjuga en una topografía simbólica de resonancias, donde la línea poética es garante de la identidad individualizada de cada espacio original.  

Este nuevo orden reconstruido se hace visible a través de dos formas distintas:

En las pinturas y collages se halla flotando en un fondo infinito de colores indefinidos que se funden en gradaciones. En su evanescente falta de materialidad, estos campos de color parecen proporcionar cobijo y protección a las memorias, al mismo tiempo que se revelan como una extensión que viene a determinar otro espacio intersticial que servirá de frontera difusa, a modo de atmósfera volátil, susceptible de procurar los nuevos puntos de comunicación e intercambio.

En los grabados, por el contrario, las piezas están realizadas por ensamblajes asimétricos de obras individualizadas, formando lo que parecen figuras geométricas inacabadas. De este modo, se plantea una potencialidad, una memoria en construcción. La disposición de las partes deja espacios vacíos, dimensiones para el encuentro, paisajes de ausencias a la espera de ser habitados.

La poesía no limita, no restringe, da la posibilidad creativa al receptor, es cooperante directa de la libertad, ya que proporciona al ser marginal, o ser del límite, un ámbito amplio y sutil donde ser ligero en comunión con el otro. Cada pieza de Castell es una poesía reparada capaz de articular espacios de libertad.

En el límite te conozco

Al prestar atención a lo que se encuentra al margen de lo reglado, no solo permite darse cuenta de la vida que crece y se desarrolla más allá del perímetro de las ciudades y arcenes de las carreteras, sino que además ofrece la posibilidad de pensar en el propio límite y qué significa esto para el individuo. Pensar en el límite supone en un primer momento, pensar cómo la propia existencia física está acotada y circunscrita en términos temporales y espaciales, tiene origen y final. El ser es, en palabras de Trías, un ser del límite. Un límite entendido como impedimento2, una incapacidad para trascender las coordenadas tridimensionales. Por tanto, de esto se podría deducir que toda existencia está ontológicamente relacionada con el límite o que cualquier sujeto pertenece intrínsecamente al límite3.

De nuestra naturaleza vinculada al límite se deriva pensar, que la individualidad se expresa en el límite. El límite se configura entonces como la carcasa que estructura y protege al ser o la existencia, convirtiéndose la piel en un recubrimiento imprescindible que da forma, define y proporciona identidad al individuo. Además de dar subjetividad al ser, la superficie del límite individual está dotada de los órganos receptores y transmisores de la información sensorial, cuya función de intercambio es fundamental para posibilitar la comunicación verbal y emocional.

Por otro lado, que el individuo pertenezca al límite, puntualiza Trías, sería análogo a decir que todo existente es un ser que habita en la frontera4; y es en este mínimo giro del lenguaje, es decir, al trasladar el ser limitado a ser que habita en la frontera, dejamos de pensar en el límite como un asunto egocéntrico, de puertas adentro; y cobra sentido prestarle atención a lo que hay fuera de los límites del yo, al otro lado del marco autorreferencial, en definitiva, la alteridad. Por tanto, podría afirmarse que en el límite me conozco y en el límite te conozco, porque surge desde el yo y se dirige al otro.

El individuo en tanto que existencia física o biológica está sometido a los límites del espacio y el tiempo; pero además, el ser humano está dotado de intelecto; el individuo puede pensarse, hacia un interior ético-espiritual y proyectar este pensamiento más allá de sus percepciones sensoriales, sus opciones físicas y pensamiento lógico. Estas cualidades mentales y estados de conciencia le confieren unas capacidades que no solo le permiten habitar ese espacio intersticial que fluctúa entre la línea que separa la superficie aparente de los mundos entre sí, sino que le dota de las herramientas para conectar con mundos ocultos e imaginados, aquellos que ni siquiera tienen apariencia y por tanto no están definidos por la percepción sensorial.

Las áreas intersticiales son así un espacio de intercambio, un lugar de cooperación. En esa relación el yo puede preguntarse por el otro, por los límites aparentes de su mundo y los modos de relación que se producen. Pero sobre todo, en ese pensarse atravesando los límites se incorpora una premisa fundamental que es esencia del individuo y no es otra que ser consciente de su devenir. En ese darse cuenta de cómo las barreras materiales, aparentemente sólidas, no son más que cortinas de humo, una farsa, un teatrillo necesario, el ser fronterizo entra en el mundo de las posibilidades y por ende es consciente de su libertad. Esto provoca un estadio de complejidad desde donde la conciencia se alza.

Los márgenes, entonces, serían las áreas en las que ejercer la libertad. Esa tierra de nadie propia del ser fronterizo, un espacio sin ordenamiento ni estructura, sin leyes ni convenciones. Podría decirse que en los espacios intermedios todo está por hacer, porque nada de lo limitante sirve de referencia. Es así que el fronterizo se aventura en la construcción de puentes hacia lo desconocido utilizando materiales y mecanismos poéticos y simbólicos cuya máxima expresión es la producción artística y la práctica espiritual.

catalogo-1DESCARGA

Notas_____________________________________________________________________________________________________________________________

1. TRÍAS, Eugenio: La razón fronteriza. Barcelona, Ediciones Destino, 1999, p. 15.

2. TRÍAS, Eugenio:Op. Cit., p. 41.

3. TRÍAS, Eugenio:Op. Cit., p. 18.

4. Ibidem.

Deja un comentario