EL ARTE DE CENSURAR
Pero en el caso del objeto artístico, solo es artístico en la medida en que no es real. Para poder gozar del retrato ecuestre de Carlos V, por Tiziano, es condición ineludible que no veamos allí a Carlos V en persona, auténtico y viviente, sino que, en su lugar, hemos de ver solo un retrato, una imagen irreal, una ficción. El retratado y su retrato son dos objetos completamente distintos; o nos interesamos por el uno o por el otro. En el primer caso, “convivimos” con Carlos V; en el segundo “contemplamos” un objeto artístico como tal.
Ortega y Gasset. La deshumanización del arte

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El Museo del Arte Prohibido de Barcelona abrió sus puertas el pasado mes de Octubre de 2023 reuniendo obras que, por motivos políticos, sociales o religiosos, han sido censuradas y eliminadas de su lugar de publicación o exposición, denunciadas o amenazadas ellas o sus autores, incluso agredidas físicamente. En esta colección de más de 200 piezas (solo se exhibe alrededor de la cuarta parte de sus fondos) también se incluyen obras autocensuradas por miedo a reacciones adversas.
El museo comienza en el mismo rellano de entrada a la modernista Casa Garriga Nogués con una escultura en cartón piedra titulada “Espectador de espectadores” de Equipo Crónica. Se trata de un agente de la policía secreta franquista superviviente de los 100 ejemplares que se distribuyeron como público en un concierto que formaba parte del festival de arte de vanguardia Los Encuentros en 1972, en Pamplona. La mayoría fueron golpeados, vandalizados e incluso robados.
Esta figura sedente, es una imagen sencilla y humilde pero con una gran carga simbólica. A pesar de representar un hombre anodino, encarna todo el poder de la represión de un sistema autoritario, sentado como un faraón o un cristo entronizado, vigila y controla a los jóvenes que se sublevan contra el símbolo.

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La cita inicial de Ortega y Gasset nos introduce en muchas de las cuestiones que nos asaltan en el momento que nos colocamos delante de una obra de arte. La primera de todas tiene que ver con la recepción, es decir, cómo el público ha de acercarse a una pintura en un museo. ¿Es necesario conocer su contexto histórico o es irrelevante para la experiencia estética? E inmediatamente surgen otras preguntas ¿Qué quería contarnos el artista y qué interpreto yo? Es inevitable. Mirar el arte implica pensar, sacar nuestras propias conclusiones, en definitiva imaginar; pero si ahondamos en este ejercicio intelectual, resulta que esa construcción ficticia que dice Ortega y Gasset que es la pieza artística se aparece muy real en nuestra experiencia reflexiva, convirtiendo la relación espectador/objeto artístico en una forma de existencia más vívida en muchos de nosotros. A esta interacción sinérgica la llamamos experiencia estética, porque partiendo de la contemplación individual somos invitados a sumergirnos en la acción propia del artista en el momento de crear la pieza de arte, nos estimula a imaginar con ella, pero sobre todo promueve un espacio personalizado de libre pensamiento.
Hemos llegado a la cuestión primordial: La libertad. La libertad es la herramienta básica del artista que imagina y hace imaginar a los espectadores a través de la contemplación. Sin embargo, para el artista, como para cualquiera de nosotros, actuar de un modo autónomo es una práctica cara socialmente, además de requerir no pocas dotes de seguridad, fuerza, habilidad y talento. ¿Cómo no ver en el retrato de Carlos V de Tiziano la intención original del cuadro: un arte al servicio del poder, al emperador y al imperio? Libertad y poder son conceptos contradictorios, aparentemente dispares con los que el artista ha tenido que lidiar para su propia supervivencia. En el centro de esa disputa se encuentra el arte. Un debate que se viene lidiando desde sus orígenes, ya que tradicionalmente, el arte ha sido considerado un instrumento de representación de poder. Sin retroceder demasiado en el pasado, lo vemos claramente en la herencia que todavía hoy disfrutamos en las iglesias y catedrales góticas o en los castillos y palacios de la Edad Media y, sobre todo, a partir del renacimiento: la arquitectura, el urbanismo, la pintura y la escultura eran utilizados para exhibir las cualidades de grandeza y magnanimidad de los soberanos. Príncipes y aristócratas se hacían retratar como guerreros defensores de su pueblo, filántropos guardianes del saber o personificaciones de virtudes alegóricas. Por otro lado, los poderes concebían y encargaban las imágenes con la intención de adoctrinar y aleccionar al pueblo en creencias religiosas e ideologías que los mantuvieran en la ignorancia o sumisión al señor o Dios que decía protegerles. Esta transmisión de ideas, creencias, pensamientos o emociones constituía una información, un conocimiento, que ha ido calando en los individuos y colectivos asentándose en forma de cultura y tradiciones festivas que, consciente o inconscientemente, ya forman parte de nuestro ADN.
Es a partir del Renacimiento cuando los artistas plásticos comienzan a independizarse del trabajo gremial y a reivindicar la creación artística como una actividad singularizada y subjetiva donde confluye belleza, intelectualidad y técnica. Esto abre la puerta a un nuevo paradigma en el que toman conciencia de su posición para dejar de ser artesanos y las obras de arte se equiparan a la literatura y la arquitectura, como portadoras de ideas elevadas a través de las imágenes. De este modo, se va concediendo más protagonismo al creador, al contenido teórico y a las cualidades estéticas del objeto artístico, al mismo tiempo que se diluye la consideración religiosa medieval donde el arte visual estaba destinado a moralizar al pueblo llano y fomentar el fervor a Dios a través del miedo.
A partir del siglo XVI, se inicia un periodo humanista en el que cada vez más se priorizan las cualidades subjetivas del artista y se valora su libertad creativa; sin embargo, esto es solo la teoría, la historia del arte que conocemos está plagada de sumisiones y censuras, por lo que podemos imaginar las innumerables historias que no nos han llegado ¿Cuántos artistas habrán quedado en el camino del abandono y el olvido? ¿Cuántas obras se habrán destruido? ¿Cuántos artistas nos habremos perdido por ser mujeres, por ir a contracorriente o transgredir las normas de su tiempo? ¿Cuántos espíritus libres han sido arrasados por la convención social o el poder de turno? Los artistas han estado sometidos a un mecenas o patrono del que dependía económicamente y dictaba, en mayor o menor medida, los contenidos, mensajes e ideas que debían plasmarse en las pinturas y esculturas: las jerarquías eclesiásticas, reyes, nobles, burguesía, regímenes totalitarios… ¡Quien paga manda, y censura!. Solo el talento del artista permitía incluir otros mensajes entreverados o cifrados que escapaban al control. El director de cine Luis García Berlanga relataba en una entrevista cómo colaba al régimen franquista películas completas cuyo eje central era la crítica a un sistema represivo (aunque más que nada era ignorante y pazguato). Recurría a argumentos sencillos y costumbristas, aparentemente inocentes, y añadía escenas trampa que saltaran a la vista: y el censor picaba ante un escote generoso o un beso muy largo y apasionado. Gracias al ingenio y la sensibilidad del tándem Berlanga-Azcona nos han quedado joyas que describen críticamente un momento social y político que censuraba cualquier atisbo de intelectualidad o disidencia.
La censura en el siglo XX se hace mucho mas compleja. El poder no se legitima a través del prestigio o la reputación de una persona o linaje familiar; los intereses, requerimientos, mandatos, opiniones y simpatías del poder se vuelven más laberínticos en el siglo del progreso industrial y tecnológico y la generalización de las democracias, las cuales no han sido capaces de acabar con la violencia y las guerras. Las políticas nacionales son la capa visible, y única para una población adormecida, del verdadero poder que ejercen los organismos supranacionales y corporaciones internacionales. Ahí, en esas élites que nadie conoce ni ha votado, es donde se gestan los paradigmas sociales, económicos y políticos que organizan nuestro presente y conformarán el futuro. Los poderes en la sombra influyen en la opinión pública, en sus gustos y odios, a través de los medios de comunicación masiva, publicidad, cine, radio y televisión, pero también en las redes sociales o medios minoritarios y, por supuesto, a otros niveles considerados intelectuales como el arte, la literatura y la ciencia, amplificando debates e invisibilizando otros.
El nuevo milenio intensifica la guerra cultural gracias a la inmediatez de la información a través de internet y las redes sociales. Lo políticamente correcto es el gran eufemismo de nuestro tiempo que esconde una inmensa censura y lo que es peor la autocensura.
En todo este caos, cabe preguntarse qué puede el arte hacer para no dejarse arrastrar por su uso ilegítimo y contrarrestar la manipulación y la censura. Si realmente puede ser útil a las sociedades contemporáneas como medio de comunicación alternativo a los relatos hegemónicos o, al menos, servir de Pepito Grillo y dar toques de atención permanente en defensa de las libertades siempre amenazadas.

La crítica a regímenes, sistemas o partidos políticos a través de los dirigentes que los lideran entraña una gran complejidad porque personaje y símbolo están estrechamente unidos; muchos artistas utilizan el retrato para provocar a las masas de fervientes seguidores incapaces de desvincular la imagen del retratado de la crítica política; y en otras muchas ocasiones las reacciones tan exacerbadas les pillan por sorpresa.

Encontramos la contrapartida actual al retrato ecuestre tradicional, símbolo de poder majestuoso, en el retrato a Zapata montando a caballo a caballo. No es la magnificencia de la persona, sino el empoderamiento simbólico de todas las libertades, incluida la libertad sexual. Esta pieza de Fabián Cháirez titulada “La revolución” suscitó manifestaciones por asociaciones zapatistas rurales, y la propia familia, amenazando con destruirla si no la retiraban del Museo del Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México donde se exhibía. Del mismo modo, sin preverlo, fue prohibida por las autoridades chinas la serie de retratos a “Mao” de Warhol en una exposición itinerante por todo el país.
La crítica a los poderes, ya sean revolucionarios o monárquicos, de corte democrático o dictatorial, de derechas o de izquierdas, occidental u oriental sigue siendo hoy motivo de censura.





Entre las obras políticas que exhibe el museo se puede ver La pieza “Shark” de David Cerný, que muestra una representación muy realista de Saddam Husein, muerto y humillado dentro de una pecera, haciendo clara alusión al tiburón de Damien Hirst que tantas polémicas ha provocado. Esta pieza fue eliminada de la exposición realizada en una ciudad belga en 2006 para no ofender a la comunidad musulmana (eran recientes las manifestaciones por la caricatura de Mahoma publicada en el periódico danés Jyllands-Posten, acompañando precisamente un artículo que trataba la autocensura, la libertad de expresión y el miedo que tienen muchos autores a las represalias). La obra de Merino, “Always Franco”, levantó a la Fundación Francisco Franco exigiendo su retirada de ARCO 2012, por atentar contra su honor. Aún sigue generando reacciones en redes igual que el dibujo de Donald Trump desnudo y con su típica expresión de burla, de escaso valor artístico, pero es un ejemplo muy relevante por el hecho de ser censurada la artista, Illma Gore, no solo a exponer la pieza en EEUU, sino en Facebook ante el aluvión de protestas y amenazas de muerte que recibió; y, sin embargo, su valor en el mercado en 2016 fue alrededor de 1,3 millones de euros (aunque no he podido saber cuál fue el precio que pagó el museo por esta pieza y el video en 3D que la acompaña).
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Hacia un poder procesual: la evolución necesaria en el mundo actual
La vuelta atrás en cualquiera de los derechos y libertades, que tanto cuestan ganar, es un retroceso inexcusable. Y sin embargo, desde diferentes poderes se justifican ciertas censuras y pérdidas de derechos como un mal menor ante la necesidad de preservar valores y tradiciones que identifican a una comunidad o Estado; mientras en otros casos se van al polo opuesto, permitiéndose costumbres o creencias de ciertos poderes o culturas tiránicas hacia sus individuos por un mal entendimiento del respeto. Los símbolos identitarios y la vinculación entre los miembros de cualquier colectivo deberían crearse y aceptarse de un modo orgánico, con opciones de regeneración y cambio, nunca por imposición de ningún tipo de poder ajeno a la propia dinámica social.
Coartar la libertad de expresión ocasiona un perjuicio a todo el colectivo. Prohibir o sesgar un conocimiento, información u opinión, por parte de un gobierno, entidad u organismo que decide en un contexto democrático, es un mal entendimiento de base y un incumplimiento de sus funciones. Los únicos limites útiles capaces de proteger la identidad de los individuos y las comunidades son aquellos que facilitan o no se interponen a la naturaleza cambiante de los mismos, por tanto han de tener ciertas cualidades que les permitan ser permeables y flexibles para posibilitar e incluso fomentar el intercambio. De otro modo, la subjetividad queda cercenada, amenazando la integridad del individuo y el colectivo.
Por extensión, censurar cualquier tipo de expresión artística refleja la debilidad de un poder inmaduro, que trata de permanecer o perpetuarse bajo cualquier circunstancia mas allá de sus funciones. Se trata de un poder que no entiende qué significa el liderazgo, estar a la cabeza de un grupo para organizar y dirigir desde la confianza que las personas han depositado en ese dirigente, delegado, grupo político, comité de gestión, patronato, etc. Se espera de aquel o aquellos individuos que ostentan el poder, que asuman el compromiso y la responsabilidad de cumplir las funciones que se le encomiendan con transparencia y ecuanimidad.
Si atendemos al verbo, y no al nombre, poder significa según la RAE valer, tener la facultad o potencia de hacer algo, tener más facilidad para algo o tener más fuerza que otros para algo. Sin embargo, observamos que los líderes de los Estados son cada vez más débiles e incapaces de prestar el servicio que se les encomienda desde la ciudadanía, perdiendo soberanía e incluso autonomía frente al poder económico que ostentan organismos supranacionales, corporaciones multinacionales o lobbys. Si el poder no es capaz de entregarse al trabajo que ha asumido realizar es un poder inconsciente, y como tal, solo se ocupa de conservar sus privilegios paralizando la deriva constructiva; de ahí se deriva su temor a las voces críticas convirtiéndose en controlador y manipulador de la realidad. Esto lo pone en evidencia comenzando un proceso de decadencia que terminará destruyéndole.
Por el contrario, el poder que asume sus obligaciones como parte del pacto o convenio establecido previamente a su adjudicación es un liderazgo consciente; un poder maduro nunca tiene miedo a la crítica, porque esta impulsa la transformación necesaria para corregir errores y mejorar, llegando a ser un poder más grande o asumir dar un paso a un lado y retirarse. En ambos casos, el poder maduro no pierde la fuerza ni deja de ser admirado por ser capaz de crecer o hacer crecer a la sociedad que sirve. El problema lo tenemos con el poder inmaduro e inconsciente, el que no ha entendido que no es el amo de ningún cortijo privado y, por supuesto, no acepta los cambios que no controla porque le dejan fuera de su juego, o peor aún, le sacan de sí mismo, le obligan a cambiar quien es.
La realidad es que nuestro mundo está compuesto de la superposición de circunstancias y escenarios que se van modificando constantemente; esto implica la revisión de nuestra propia configuración física y mental, así como reconsiderar las formas de relación con el otro para adaptarnos al dinamismo de los eventos. Vivir significa un continuo hacerse y dejar de ser quienes somos, al mismo tiempo que buscamos nuestra identidad, transformando y empoderando nuestro yo individual dentro del yo colectivo (que inevitablemente irá mudando). En la acción de madurar, del mismo modo que el yo se encuentra en su yo procesual (a través de la interacción con sus múltiples “yoes” cambiantes), el poder que no se abandona y sigue buscándose, se convierte en un poder procesual, un poder abierto al cambio, sin miedo a evolucionar con las nuevas situaciones o retirarse cuando no esté a la altura, sin la sensación de que se le debe algo.
La censura se da en el mismo momento que quiero ser quien soy a pesar de los cambios y para eso necesito controlar los cambios. Cualquiera de nosotros puede llegar a emitir un juicio crítico o reprobatorio sobre opiniones o acciones de otro para reafirmar nuestro modo de ser. La diferencia entre nosotros y aquel que ejerce el poder de un modo inmaduro, es que este, para seguir siendo quien es en su estatus de privilegio, tiene la opción de retorcer las reglas de juego censurando y controlando la dirección de los cambios. Por ello, teme la autonomía de los verdaderos impulsores de las transformaciones sociales porque pueden ofrecer conocimientos e información que haría despertar a la población a realidades que ponen en riego su posición de superioridad. Estos agentes del cambio fundamentales no sería la cultura estructurada y asentada en las tradiciones como costumbres identitarias (fiestas populares, música, baile, moda, gastronomía, etc.) sino los procesos de exploración e innovación de lenguajes artísticos y la creación misma en cualquiera de sus vertientes: artes plásticas, visuales, poesía, literatura…; no sería el conocimiento científico sino la investigación que nos lleva a adoptar nuevos paradigmas físicos y mentales; no sería el debate o dialéctica de lo que ya sabemos del ser humano, sino preguntarnos y pensar sobre lo que desconocemos de su naturaleza y psicología.
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La controversia está servida cuando los artistas dirigen su mirada a asuntos que impliquen la posibilidad de mover cualquier forma fijada en el acervo cultural y donde, además, se mezcla política, jerarquías eclesiásticas, creencias y sensibilidad de los feligreses. La colección del Museo del Arte prohibido acoge obras paradigmáticas sobre esta confluencia explosiva.

Un ejemplo de ello es la pieza “Amén” de Abel Azcona, donde el artista escribe la palabra pederastia en mayúsculas con hostias de oblea, tal como se usan en las misas cristianas para comulgar; al exhibirse en 2015 en Pamplona, fue denunciada por el Arzobispado y asociaciones cristianas de esa ciudad que acusaban al artista de blasfemia y ofensas por visibilizar lo que la iglesia trata de negar. Finalmente, la justicia terminó sobreseyendo la causa en segunda instancia dando, de alguna manera, la razón a la libertad de expresión frente al intento de ocultar los graves abusos por parte de sacerdotes a niños.


Ese mismo año, la artista Zoulikha Bouabdellah prefirió retirar su obra “Silence Rouge et Bleu”, (donde critica directamente el trato desigual que el Islam da a las mujeres) de una muestra en la ciudad francesa de Clichy ante el miedo a reacciones violentas. Mas allá se ha ido con la obra de Andrés Serrano titulada “Piss Christ” (perteneciente a la serie fotográfica donde el artista sumerge todo tipo de objetos en su propia orina) agredida en varias ocasiones por activistas católicos en países como Francia, Australia, Italia o EEUU.
La pieza “McJesus” del artista Jani Leinonen encarna como ninguna la complejidad de todo el entramado de intereses que se cruzan y confunden en una maraña que llega a ser ridícula mirada en su conjunto. Hay crítica contra multinacionales alimentarias, política local e internacional, conflictos religiosos y protestas sociales en una sola obra, en la que se representa al icónico payaso de McDonald en la cruz. Esta pieza formaba parte de la colección del Museo de la ciudad de Haifa, Israel; las protestas de la comunidad cristiana de la ciudad alertaron al propio artista de esta exposición sin su consentimiento, quien pidió la retirada de la obra, porque apoya el movimiento de sanciones y boicot al Estado de Israel.

A toda esta mezcla de intereses encontrados y en en muchos casos enfrentados, no puede faltar la polémica sexual. La relación del arte con el cuerpo, el desnudo y el erotismo ha sido, tradicionalmente, muy estrecha, hasta llegar a la sexualidad explícita en la pornografía, permitiendo abrir los límites de la propia legalidad social en cada momento histórico.
Censurar el arte implica una intervención o regulación artificial de las sociedades; al eliminar ciertas imágenes y relatos en favor de otros se imponen derivas culturales dirigidas o condicionadas por intereses ajenos a los individuos. Se sabe que la identidad no es solo una construcción personal de autoconocimiento, sino que hay un marcado componente social: la educación, el entorno y las relaciones personales nos influyen y construyen a lo largo de toda nuestra vida. La cultura donde nos movemos nos impregna e inspira, elegimos por afinidad o rechazo. Las restricciones interesadas pervierten el medio y obstaculiza nuestra autonomía y capacidad de decidir, pero sobre, todo anula la heterogeneidad. Esto es válido para todos los individuos, pero quizá ha sido a partir de los estudios feministas y concretamente el análisis de la identidad y sexualidad de las mujeres que se ha podido desvelar el juego de roles en ambos sexos, tanto heterosexuales como homosexuales; prestar atención a lo que las relaciones más íntimas generan a nivel individual (gustos, placeres, miedos, sumisiones, acciones, perversiones, etc.) desvela estereotipos, conscientes e inconscientes, trasladables a otras esferas públicas o menos íntimas.
Tal es el caso de la pieza “Evermust” de la artista Kazaja Zoya Falcova, retirada en 2019 de una exposición en Kirguistán por mandato del Ministerio de Cultura «por ser contraria a las tradiciones nacionales». La directora del museo tuvo que dimitir por amenazas. La obra en cuestión simboliza en un saco de boxeo un torso desnudo de mujer.


En determinados contextos culturales siguen ocurriendo actos como el asalto al estudio de la artista Zanele Muholi y robo de los discos duros con toda su obra; el delito cometido es defender a las mujeres lesbianas y el colectivo LGTB+ en Sudáfrica. Sus fotografías son retratos tan inocentes y poco subversivos que si no se leen las cartelas no se entiende la polémica, que no es otra que la defensa de la libertad.
La sexualidad femenina ha sido siempre objeto de controversia, manipulación y censura; por ello, los/as artistas inciden en los últimos tiempos e insisten en mostrarla desde un lado crítico a las ideologías cristianas donde la mujer solo debía cumplir el estereotipo de madre abnegada, sumisa, fiel, mutilada para el deseo y el placer. Obras como L’estasidilatex (donde se muestra una versión muy libre del éxtasis de Santa Teresa de Bernini) de Juan Francisco Casas, censurada en 2016 por el embajador español en Roma en una exposición en la Real Academia de España de la ciudad, después de haber sido objeto de quejas y amenazas, ese mismo año, en la Galería Fernando Pradilla de Madrid. Algo parecido ocurrió con la pequeña pintura de Charo Corrales, “Con flores a María”, en la que se muestra una virgen solo cubierta por un manto azul y masturbándose. En este caso las amenazas se cumplieron y el agresor llegó a romper el lienzo de arriba abajo, tal como aparece expuesto en el museo.

Este fotograma de la mujer con el plátano pertenece al video “Consumer Art” realizado por Natalia LL en los años 70. Ha estado expuesto permanentemente en un Museo de Varsovia hasta que, en 2019, su director lo retiró porque recibió quejas de los visitantes. La respuesta en redes fue unánime y miles de personas se grabaron comiendo un plátano como protesta a la censura.
Probablemente, una de las piezas más emotivas del museo sea la escultura titulada “The Statue of a Girl of Peace” de Kim Eun-Sung y Kim Seo-Kyung que representa un homenaje e intento de restitución del dolor infringido a las mujeres esclavizadas en Corea del Sur por militares japoneses. Cargada de simbolismo se ha convertido en un icono de reconciliación y paz; y sin embargo, su exhibición ha causado enfrentamiento diplomático entre Japón y Corea, además de amenazas de agresión y reacciones contra el cierre de la exposición en la Aichi Tiennale de Japón en 2019.

Por desgracia, la censura se ejerce todavía hoy, y este museo lo confirma. Más allá de la dualidad entre censurado y no censurado, palpita un arte fuera de las narrativas oficiales y sus detractores. Se trata de una invisibilidad fuera del combate de agendas ideológicas, económicas y culturales del momento que pretenden convertir el arte en panfletos propagandísticos.
El nuevo milenio nos ha regalado la intensificación de la guerra cultural comenzada cincuenta años antes. A la censura surgida en plena democracia Juan Soto Ivars la ha denominado poscensura en su libro «Arden las Redes» (Ed. Penguin Random House,2017), «un fenómeno que se alimenta del caudal de tres ríos que confluyen en la sociedad del siglo XXI: las redes sociales, la crisis de legitimidad de la prensa y una combinación de corrección política y guerras culturales, que son las dos formas en que se manifiesta en la esfera pública el conflicto entre las identidades colectivas en el tiempo posterior a la Guerra Fría».
Lo políticamente correcto se convierte en una nueva creencia religiosa que se siente en posesión de una verdad, siempre construida y, por tanto, artificial. Que la verdad sea única, ya es en sí mismo una perversión, por ello hay que revestirla de capas de ideales, de formas de sentir, de modos de hacer y de expresarse: un cambalache de estructura precaria pero con mucha apariencia. Defender la creencia en lo políticamente correcto hace un flaco favor a la persona y su identidad, ya que niega su individualidad, la coarta y exime de la posibilidad de pensar y ser creativa. Y lo peor de todo es que se convierte en una censura ideológica que anestesia y atonta cuando el pueblo cede su pensamiento crítico al grupo, a esa masa informe donde el individuo se diluye en una forma creencia artificial impuesta cuya defensa solo creará enfrentamiento.
Al poder le interesa la desaparición del individuo en el colectivo; una acción disolvente en la que participan las propias personas siguiendo voluntariamente la inercia de pensamiento del grupo, sin ser plenamente consciente del grado de manipulación por la «endogamia cultural que produce el algoritmo». A través de lo que cualquiera de nosotros ve, opina, reacciona o compra desde su dispositivo en soledad (esto es importante recalcarlo), el algoritmo nos analiza y conoce para mostrarnos solo aquello que es afín a nuestros gustos; de esta manera, nos devuelve una falsa percepción del mundo al hacernos creer que hay una sociedad única y homogénea, de individuos iguales y casualmente todos en sintonía con nuestras propias ideas, llegando incluso a considerarnos representantes legítimos.
El análisis de Soto nos evidencia cómo las redes, bajo el influjo del algoritmo, segmenta y limita a los individuos e impide el flujo libre de ideas y formas de ser dispares. La inmediatez y la rapidez son un pilar fundamental para convertir cualquier relato o discurso en consignas sin reflexión para reforzar ideologías y fomentar la ignorancia. El individuo se pierde en el colectivo militante que no puede crear comunidad porque se traga las subjetividades. De este modo, la comunidad pierde porque no puede crecer por la intersección entre las subjetividades diversas. Mientras, los poderes inmaduros salen ganando en la confrontación ideológica generada en la guerra cultural que las redes sociales amplifican, tal como Soto Ivars señala.

Haciendo referencia a las políticas de cancelación, el museo ofrece una variante de la censura vista hasta ahora. La cancelación no es a la obra en sí, no tiene que ver con un contenido subversivo o sensible a ideologías políticas o religiosas, ni es obsceno ni contraviene ninguna tradición. Es una negación al propio autor, sea cual sea su trabajo. Aquí se muestra un autorretrato. Se canceló la exposición completa de Chuck Close en la National Gallery of Art of Washington por haber sido denunciado de acoso sexual.
Entre tanta prohibición, condena, censura, poscensura y autocensura, guerra cultural, cancelación, corrección política y negación ¿Dónde queda el conocimiento? ¿Cómo hemos pasado del conocimiento reglado y supersticioso de las religiones a las creencias en ideologías legitimadas por saberes científicos pagados por intereses económicos?
El profesor Robert Proctor, investigador en Historia de la Ciencia en la Universidad de Stanford, se pregunta sobre cómo se construye el saber científico y a qué intereses responde en su libro “AGNOTOLOGY. THE MAKING & UNMAKING OF IGNORANCE”, 2008, (Agnotología: la creación y destrucción de la ignorancia). Agnotología es un neologismo propuesto por él (no aparece en el Diccionario de la lengua española) construido a partir de las palabras agnosis, que en griego clásico alude a lo desconocido o desconocer, y ontología o rama de la metafísica que se encarga del estudio de la naturaleza del ser. En el libro, editado junto a L. Schiebinger, aparecen una serie de ensayos cuyo objetivo es tratar de estudiar y comprender el hecho de que ciertos conocimientos científicos de relevancia social nunca llegan a divulgarse, e incluso desaparecen completamente de los espacios académicos y culturales, al mismo tiempo que pone en duda la legitimidad de lo que sabemos o creemos saber, al estar condicionado por intereses económicos que alteran la correcta deriva de la ciencia.
Proctor diferencia la ignorancia nativa o forma de no saber inocente de la ignorancia selectiva, menos cándida y más malintencionada; estaríamos hablando de la decisión de un investigador en no prestar atención deliberadamente, obviar o despreciar datos o ciertos elementos que podrían ser inconvenientes o comprometidos para el estudio que realiza a pesar de ser pertinentes para la obtención de resultados objetivos. Aquí hay intervención sesgada sobre lo que se decide saber o ignorar; sin embargo, Proctor va más allá demostrando lo que él denomina la ignorancia estratégica, es decir, la creación consciente de mentiras con la intención de ocultar o distraer la atención de la opinión pública generando la confusión sobre las evidencias científicas.

Es evidente que no podemos llegar a conocerlo todo, pero lo que la agnotología nos presenta hace tambalear los cimientos del conocimiento en los que nuestra sociedad se sustenta. Se trata de un paso más allá de la censura o la limitación de derechos individuales. Con la construcción premeditada de mentiras, el manejo de lo que que se investiga y cómo, el control de los agentes de cambio y el dominio del flujo de información a través de los medios de comunicación, se vigila y dirige muy fácilmente qué debe saber la población para un sometimiento más fuerte de la misma.
En este contexto político, económico y social, el Museo del Arte Prohibido se convierte, en cierto modo, en una grieta por donde se vislumbran las trampas del sistema. Cada cual debe tomar su posición fuera de todo dogma, ya que frente a la incapacidad de conocer está la facultad humana de imaginar. El arte, como expresión de la imaginación que traspasa los límites, se siente impelido a mirar y escuchar la imaginación de los demás, a generar debate entre imaginaciones, pero en ningún caso a condenarla o acallarla.

Enlaces de interés> http://www.museoartprohibit.org

