Texto_¿NO DEBERÍAN SONAR IGUAL TODOS LOS SILENCIOS? Ana Monsó. Pigment Gallery. Barcelona

¿NO DEBERÍAN SONAR IGUAL TODOS LOS SILENCIOS?

ANA MONSÓ

Vivimos en un tiempo donde el ruido parece haberse convertido en el pulso de la sociedad. El ruido, tecnológico, ideológico y emocional, impregna casi todos los espacios de nuestra experiencia. Entre las notificaciones digitales, los discursos estandarizados y la producción constante de imágenes, el silencio parece un lujo o una anomalía. Es en este contexto del exceso, donde la obra de Ana Monsó emerge como un acto de necesidad: una búsqueda obstinada del silencio como portal a otros encuentros.

El silencio, para la artista, no es la ausencia de sonido, sino la presencia de algo más profundo, un territorio de escucha donde el pensamiento se detiene y la percepción se expande. Desde esa pausa esencial, la pintura se revela como un lenguaje emocional donde refugiarse, un arte nacido del silencio para el silencio.

Monsó aborda su trabajo abandonando cualquier intento de representación o discurso ideológico. Su gesto pictórico es un acto de liberación. Cada mancha, cada color, emana sin pasado, sin pretensión de decir o demostrar nada. No hay teoría ni mensaje que condicione la obra; hay, en cambio, una entrega al instante, al presente que se hace visible en el lienzo.

Sus obras —de gran formato, envolventes, abiertas— no buscan llenar, sino vaciar. En ellas, lo no pintado adquiere el mismo valor que lo que aparece. La artista trabaja desde la ausencia: lo que falta, lo que se retira, lo que calla. La pintura se convierte así en un espacio donde el silencio se materializa, donde el color habla de lo que el ruido no puede decir.

Los títulos de las piezas —Silencio, Todo aquello que rodea el silencio, Ritmo del silencio, Después del silencio, Ligereza del silencio, Narrando el pasado— configuran un vocabulario íntimo de quietud. Cada uno sugiere una variación de la misma idea: el silencio como ritmo, como ingravidez, como relato sutil de una sinfonía invisible.

En cada lienzo, los colores y las manchas conviven en equilibrio, sin jerarquías ni conflictos. No hay correcciones ni superposiciones: todo se integra con naturalidad, como si cada trazo encontrara de antemano su lugar. Nada falta, nada sobra. Guiada por una lógica de armonía interior, Ana Monsó imprime en la materia una belleza serena, de resonancia ética y emocional. En ese proceso, la artista busca, construye y ofrece al espectador una forma de reconciliación, un espacio donde el ruido cesa y emerge la escucha.

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