Pieza 12 para una máquina incompleta. MANUEL GRANADOS. Exposición colectiva Auschwitz / Gaza. Edificio Grupo San Valero. Zaragoza

Toda existencia nace polarizada. Desde la física elemental, las cargas positivas y negativas en los campos electromagnéticos, hasta las más antiguas filosofías dualistas, el ser humano ha comprendido el mundo desde oposiciones: cuerpo y alma, luz y sombra, yo y otro. Esa condición dual no es un accidente, sino el suelo mismo de nuestra experiencia. Sin embargo, el modo en que la vivimos ha determinado gran parte de nuestra historia: primero como enfrentamiento, después como intercambio, y solo en un estadio más elevado como diálogo fecundo.

La imagen que aquí se presenta encarna esa trayectoria. En segundo plano, una superficie de violencia desenfocada: no un hecho puntual, sino el magma continuo de luchas, conflictos y desencuentros que han acompañado a la humanidad durante milenios. Padres contra hijos, vecinos contra vecinos, pueblos contra pueblos. Incluso la guerra interior, la culpa que hiere a quien la siente, es parte de esa violencia. Durante mucho tiempo hemos habitado ahí, en el primer estado de conciencia: el combate incesante.

Pero sobre ese fondo se erige una extraña bandera. No cualquier bandera: un estandarte creado a partir de innumerables imágenes de violencias acumuladas, ensambladas hasta perder su forma original. Ya no distinguimos los golpes, los cuerpos, los gritos. Solo vemos un símbolo abstracto, un estandarte que paradójicamente unifica lo irreconciliable. Es la violencia convertida en emblema, en identidad colectiva. Y sin embargo, esta bandera está llamada a dejar de representarnos.

Porque el simple acto de observar transforma lo observado. Lo han demostrado la física cuántica y la meditación, lo intuyó la filosofía: cuando tomamos conciencia de nuestra condición polarizada, ya no estamos condenados al enfrentamiento. Podemos transitar hacia otro modo de relación. Primero, el intercambio: el comercio que sustituye la espada por el acuerdo, aunque todavía dentro de la lógica de la ganancia y la pérdida. Después, un estadio más complejo: la comunión entre opuestos, el reconocimiento de que la diferencia no es amenaza, sino posibilidad.

El antiguo símbolo del yin-yang, que curiosamente ha sido la misma imagen que los científicos han obtenido al fotografiar el entrelazamiento cuántico entre dos partículas de luz1, no son solo símbolos: son imágenes de una conciencia que sabe integrar lo desigual sin anularlo. La verdadera paz no surge de abolir las diferencias, sino de comprender que en ellas habita la fuerza creadora. La singularidad de cada ser, de cada cultura, de cada experiencia, no resta al conjunto: lo enriquece.

La humanidad se encuentra todavía entre los dos primeros estados: guerreando o comerciando. La imagen desenfocada nos recuerda el peso de esa herencia. Pero también señala la tarea pendiente: abandonar la violencia como forma de comunicación y avanzar hacia una existencia basada en la comunión de dualidades.

Hacer de la diferencia un espacio de encuentro. Convertir la polaridad en sinergia. Reconocer que el enemigo, el extraño, el desigual, son precisamente quienes nos permiten crecer. Solo así podremos transformar la bandera de la violencia en una bandera de la pluralidad viva, que no nos divida, sino que nos dé sentido.


Nota 1: https://pijamasurf.com/2023/08/cientificos_visualizan_entrelazamiento_cuantico_imagen_yin_yang/

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