
LA CASA DE LOS PADRES MUERTOS
LA CASA DE LOS PADRES MUERTOS
El título de esta pieza de Manuel Granados ya nos da la pista de que nos encontramos ante una obra cuya parte fundamental es la casa familiar; casi 30 años después de independizarse vuelve a una casa vacía, tal cual sus padres la han dejado, interviniéndola con una serie de videos que proyecta sobre las paredes, mobiliario y objetos en las diferentes habitaciones.
Por una parte está presente el compromiso claro con la memoria del espacio que compartió con sus padres y cinco hermanos durante su infancia y adolescencia; la casa es el contenedor de recuerdos que existen físicamente, llenando y generando un territorio donde actuar, pero también conserva la memoria de experiencias invisibles del pasado que impregnan el imaginario del artista. Todo ello ejerce sobre él una atracción y motivación indefinida que es trasladable al espectador. La casa se convierte en una pincelada imprescindible y única, de una obra que nunca podrá transportarse ni colgarse en ninguna pared. La casa es origen y final de un arte situacional en el sentido que crea un acontecimiento.
En segundo lugar están los videos realizados durante los años 2017 y 2018 como memoria reciente que se proyectan sobre las vivencias pasadas. La elección de los vídeo arte están relacionados, de alguna manera, con el dolor inherente a las relaciones familiares; con el apego a las cosas, emociones, incluso a la propia vida; con la espiritualidad ansiada y muchas veces mal entendida; están presentes la construcción / destrucción; y desde luego, referencia los estados de ánimo y conciencia que el autor guarda de aquellos años. A pesar del respeto a la memoria de lo que ha sido (Manuel ha dejado la casa y sus pertenencias tal cual estaba, sin quitar ni poner nada, ha evitado cualquier cambio que facilitara el trabajo, mejorara la composición o embelleciera estéticamente el resultado), entiende que los videos interactuarán en ese pequeño campo de batalla produciendo una alteración, generando una memoria nueva, un escenario desconocido que se incorporará al mapa emocional ya existente.
La intervención no deja de tener una suerte de chamanismo, ya que pretende unir materialidades visibles con experiencias invisibles y establecer conexiones entre pasado y presente. Sin embargo, se evita la parte ritual simbólica que busca un resultado definido y concreto. La diferencia aquí es que no se conocen todas las partes que intervienen en la instalación y, mucho menos, se fija un objetivo funcional; como en las ecuaciones matemáticas existen incógnitas, zonas ocultas o ignoradas, que pueden mostrarse o no en el espacio/tiempo y durante el transcurso del proceso de intervención, haciéndose impredecible la resolución final.
La yuxtaposición de las memorias pasadas con las del presente supone una ampliación de los relatos, un desarrollo de las posibilidades y libertades a futuro que, consciente o inconscientemente, se registran como curativas. Un movimiento de sanación imprecisa que se traslada desde la experiencia íntima y personal del artista a cualquiera que pueda verse reflejado en las fricciones, problemas o disputas familiares típicas de la convivencia; Pero también se da la opción de realizar un recorrido mayor que puede sugerir verdaderos conflictos sociales y políticos relacionados con la generación de los 60 en una España emergiendo económicamente pero sumida en la represión franquista. Esta pieza nos permite conectar recuerdos personales con las resonancias del Baby-boom y la imposibilidad de acceder a los anticonceptivos, familias numerosas viviendo en pisos pequeños con sueldos precarios. Se invita a recordar sin drama para no olvidar que la historia se repite, que vivimos las consecuencias del neoliberalismo que empezaba a vislumbrarse en el tardofranquismo y la España de la transición.
La puesta en relación de historias pequeñas de un pasado familiar corriente y cotidiano con el presente conceptualizado de las imágenes creadas, provocan sinergias que nos trasladan a otro lugar; Vínculos que reescribirán nuevos relatos donde tanto el lenguaje empleado como el contenido tienen la vocación de encontrar territorios inclusivos que faciliten la construcción de historias no mediatizadas.
Enfrentándose a la verdad institucionalizada, esta pieza evidencia que la realidad absoluta no existe, y deja paso a las potentes e indiscutibles “pinceladas de realidad”: verdades parciales, fragmentadas e incompletas, que unidas entre sí se muestran para conectar con las múltiples formas de mirar.
El artista defiende que la realidad es una construcción constante y no lineal. Sin olvidar, recordando siempre en el presente “lo que fue” y “por qué fue”, su pretensión es seguir produciendo recuerdos más conscientes y comprometidos, aunque indeterminados o enigmáticos, que cambien el presente y se proyecten hacia un futuro más amplio.
Esta instalación formaría parte de la serie conceptual que Manuel Granados denomina “Para que no coja forma”, a la que también pertenecen piezas como “Las flores del mal” realizada en colaboración con la artista Rosa Galindo, “Cuerpo y edificio”, “Libro virtual” o “Buscando la belleza y colchón”. La idea común que subyace en todas ellas tiene que ver con la distorsión que se produce en toda comunicación. Por un lado entra en juego el emisor, cuyo mensaje puede transformar al receptor (sujeto o entorno), al mismo tiempo que éste, al hacer suyo el contenido, alterará irremediablemente el argumento original. Por último, el hecho de realizar la intervención en privado añade un componente contradictorio que niega los fundamentos de toda comunicación, ya sea a nivel de relaciones sociales o conexiones orgánicas; de esta forma se deja patente la brecha abierta entre artistas y público así como el distanciamiento que se pretende restablecer entre arte y vida.