
Óleo sobre tela
2,80 x 4,50 m
Colección Emily y Jerry Spiegel
Artista riguroso y prolífico, Baselitz entiende la pintura como un todo unitario donde se funden momentos conceptuales, formales y técnicos que definen el cuadro. Consciente de ello la evolución de su obra se dirige por el camino de hacer entender al espectador que hay otros “modos de ver”.
A la cabeza del movimiento neo expresionista alemán se posiciona Baselitz que trata de conectar con el Die Brücke anterior al nacismo; este inmenso cuadro pretende ser un homenaje hacia aquellos artistas expresionistas de las primeras vanguardias del siglo. Baselitz vuelve a las raíces donde el color y la expresión eran la bandera pero desde unos parámetros más libres: la trayectoria de todas las corrientes del siglo XX van a influir en la nueva figuración incorporando así logros de la abstracción (pinceladas sueltas, tensión pictórica entre masas pastosas de color y contornos lineales, figuras que se disponen con arbitrariedad para crear nuevos órdenes armónicos de luces y colores,….). El artista hace uso de lo grotesco, los rostros casi demoníacos, asustados, cansados o al borde del colapso existencial como en “El grito” de Munch.
En esta obra madura la representación de los artistas del Die Brücke prescinde del naturalismo, haciendo incluso más radical la escenificación de los personajes; la distribución lineal y el lenguaje esquemático llegando a parecer máscaras primitivas tan en boga en los comienzos del cubismo.
La aportación de Baselitz a la Nueva Figuración la realiza al colocar los motivos invertidos; de este modo no sólo consigue una imagen que atrapa por extrañamiento, sino que además fuerza la observación, obliga al espectador a parar delante del cuadro, adecuar sus ojos y su cerebro a la nueva imagen que se le ofrece ante él; quizá al disponer el modelo, demasiado reconocible, cabeza abajo se insta a fijar la atención en el aspecto puramente pictórico y con carácter prioritario en lugar del objeto representado.