

Cuerpo virtual. Manuel Granados. Instalación expuesta en espacio Estudio Mínimo
CONSTRUCCIÓN VIRTUAL DE LA IMAGEN
Aunque está pasando inadvertido, es conveniente detenerse a pensar sobre la imagen virtual que, como usuarios de redes sociales creamos en el mundo inmaterial, ya que de alguna manera ésta empieza a imponerse sobre la entidad “ser humano que habita la realidad física”. Dicho de otra forma, el rol imaginario reconstruido a base de retazos de imágenes retocadas, experiencias fingidas y formas de ser, pensar y hablar inventadas, o como poco trastocadas, está fortaleciéndose frente a la identidad real. Y es que la existencia en el mundo materializado está dejando de ser la prioritaria para ser relegada a una vida paralela secundaria y subsidiaria de la virtual.
Hemos de ser conscientes de la relevancia y cotidianidad que suponen las prácticas virtuales en nuestros días. Es por esto que se hace imprescindible tomar conciencia de la forma de construir ese cuerpo virtual que lleva implícito todas las posibilidades y no ha supuesto la más mínima reflexión al ser mostrado, ya no al grupo de amigos o en el ámbito escolar o laboral, sino al juicio de miles o millones de personas, que tienen a su vez voces irreflexivas y fiscalizadoras, sin criterio y aparentemente protegidas por un supuesto anonimato.
Lo que comienza siendo una actividad lúdica y entretenimiento en momentos de ocio, se va extendiendo a todos los ámbitos de la vida; de mostrar eventos esporádicos se pasa a exhibir los espacios íntimos para terminar relatando lo que se piensa, se siente y experimenta constantemente a tiempo real. Esto ha venido potenciado por lo que inapropiadamente se llamó la web 2.0, que ha permitido al usuario dejar de ser un sujeto pasivo que sólo mira, lee, escucha y que se comunicaba one to one para convertirse en un ser capaz de interactuar, siendo productor de contenidos y comunicador de ideas. En principio, esto significa una enorme democratización y una amplificación de posibilidades al dar la oportunidad a cualquier persona para expresarse de la manera que deseen, sin pasar ningún filtro que tenga que ver con los sistemas económicos y mecanismos generadores de opinión convencionales. Cualquier persona se convierte así en el protagonista de su propia historia. La evolución que han ido experimentando las redes sociales en los últimos 10 años ha llevado a que algunos las rebauticen irónicamente como redes egocéntricas.
Sin embargo, esta libertad es un arma de doble filo; es un gran avance que cualquiera pueda optar a subir sus contenidos en la red, pero surgen muchas dudas e interrogantes que habría que empezar a abordar desde todos los ángulos (filosófico, ético, pedagógico, comercial, histórico, tecnológico, legal,…) para dar respuestas más acertadas sobre el buen uso de internet y paliar los abusos de forma eficiente. Por un lado, está todo lo relativo a la subida de información sin comprobación de la veracidad o las cuestiones de el escaso compromiso con los criterios de calidad; pero mucho más grave es la vulneración de derechos como el de intimidad, el honor o la libertad de expresión. La web 2.0 es democrática por naturaleza, entonces cabe la pregunta ¿hasta dónde? ¿Quién y cómo se marcan los límites? ¿Qué se puede decir y mostrar? ¿Somos capaces de asumir de forma individual un código ético que respete los derechos de todos? ¿Hay que legislar ante esta nueva realidad que se nos ha venido encima, sin previo aviso en menos de una década? ¿Es eficaz la prohibición? Desde luego se hace imprescindible abordar la reflexión en conjunto y de forma global, ya que la comunicación instantánea y el trabajo deslocalizado exige una puesta en común mundial.
A esto hemos de añadir un aspecto muy preocupante, y es el relacionado con la salud psicológica y emocional que internet ha venido a perturbar. Los adolescentes y jóvenes españoles de los 80, observábamos con cierto grado de incomprensión la necesidad de “ser popular” que veíamos en las películas de escolares americanos. Como todo, esta influencia llegó a nuestro país aunque con un par de décadas de retraso y amplificada en el siglo XXI. Los dispositivos móviles que permiten la comunicación y conexión constantemente ha disparado la ansiedad por gustar y que te lo demuestren; la competencia por conseguir el máximo de likes es proporcional a la angustia y frustración que se genera al no recibirlos. Como especie sociable precisamos de las relaciones sociales a todos los niveles (personales, de pareja, familiares y comunitarias). Necesitamos estar conectados y a este nivel es comprensible el éxito de las redes que nos unen. ¿Pero cómo son los mecanismos que rigen la sociabilidad virtual? ¿Cuáles son los patrones y reglas que adoptan las personas frente a su ordenador o tableta? Se requiere un análisis que haga comprensibles los cambios de conducta que se manifiestan ante la sensación de estar protegido detrás de un perfil virtual, verdadero o no, y un dispositivo que se coloca entre emisor/es y receptor/es y que, al menos en teoría, nosotros tenemos el poder de encender o apagar. El poder de la mentira es enorme porque lo que en realidad está ocurriendo es que ese dispositivo tiraniza la voluntad y si se llega al extremo de la dependencia, puede pasar de ser un instrumento que facilite la unión a convertirse en vehículo de aislamiento, al suplir las relaciones de contacto físico.
En esta escalada por conseguir likes se produce una excesiva auto venta del cuerpo y se exhiben opiniones que son reprobables, incluso para los mismos protagonistas, como si al verlo a través de la pantalla ya no tuviera que ver con la persona real que es; sólo las consecuencias de ello (como los casos extremos en los que se ha llegado a perder el trabajo porque se suben comentarios e imágenes inconscientemente que dañan al propio emisor) permiten despertar de esa especie de efecto hipnótico que produce estar inmerso en el mundo virtual. El usuario de las redes se siente impelido a participar continuamente, pero además, a ser cada vez más guapo, más extrovertido, más atrevido, más divertido, más procaz, más aventurero, más cool, más, más, siempre más… incluso morir para conseguir ese selfie único.
Parece urgente un análisis profundo del fenómeno y la puesta en marcha de estrategias pedagógicas que prevengan y adviertan de los riesgos, antes que las conductas lleguen a ser patológicas y sólo sirvan las terapias paliativas para enfermos crónicos. ¿Cuál sería el recorrido a seguir para una práctica social virtual saludable? De la misma forma que se está tomando conciencia de la alimentación como pilar básico para la salud del cuerpo físico debemos enfrentarnos a los enormes perjuicios de la glotonería del cuerpo virtual. No se puede ni se debe poner cortapisas a la conexión 2.0. Estamos ante una herramienta valiosa para la expresión y creación de la que ya no podemos prescindir; es impensable el estudio, el conocimiento, la información y la comunicación sin internet, pero hemos de gestionarlo para garantizar la seguridad y la integridad psicológica de las personas. Se hace imprescindible evaluar la influencia en los procesos de formación del carácter y la personalidad porque el usuario se inicia a edades muy tempranas sin supervisión o dirección de adultos.
Comunicarnos a través de lo virtual puede llevar a malentendidos o situaciones donde se prejuzga, ya que estamos eliminando muchos aspectos básicos aprendidos e interiorizados al relacionarnos durante generaciones, como son los lenguajes no verbales o los códigos propios de cada cultura o comunidad. Expresar opiniones en caliente a través de medios tan fríos y neutros, está predestinado, antes o después, a producir cortocircuitos que en nada benefician la comunicación. El lenguaje emocional que se deja traslucir con una mirada, un tono de voz, con un gesto facial de comprensión, al tocar al otro de cierta manera o con una sonrisa que destense, aporta mucho más que las simples palabras de profanos del lenguaje.
Reitero la urgencia de tomar la iniciativa y convertirnos en los directores de la construcción de nuestro cuerpo virtual, para que nunca llegue el día que el monstruo creado nos devore.
Manuel trata de llamar la atención sobre todas estas cuestiones realizando una serie de video arte donde mezcla imágenes encontradas al azar en la web. Utiliza imágenes de películas pornográficas antiguas y documentales de guerra, así como las que aparecen en los blogs actuales. En estos últimos, introduce cualquier palabra en los motores de búsqueda y ha comprobado hasta hace unos meses (en que algunas de estas plataformas han entrado en el mercado de China, en cuyos acuerdos, se exige un mayor control sobre lo que se sube) que en todos los casos, sea cual sea la palabra que registra, en el resultado aparece un porcentaje altísimo de imágenes de contenido sexual y violento. Este hecho es el que le ha llevado a plantearse cuál es la motivación que lleva a tantos usuarios a subir sus propios desnudos o imágenes sensuales explícitas, incluso pornográficas, así como escenas de peleas de todo tipo con una gran carga de agresividad. Por otro lado, si estas imágenes están bien posicionadas es porque hay una gran aceptación y se consumen asiduamente. La red se convierte en un caos que Manuel pretende dejar patente al grabarlas sin criterio, montarlas unas sobre otras en posproducción y proyectarlas sobre espacios vacíos o habitaciones llenas de objetos y muebles. El cuerpo virtual creado sin reflexión es exhibido de manera anárquica; la confusión producida por la avalancha de imágenes desconcierta y desde luego no informa ni comunica, sino que más bien provoca el rechazo o el embotamiento de los sentidos anulando la capacidad de percibir o hacer cualquier análisis crítico.
En esta construcción del cuerpo virtual la cuestión es como encajar normas y pautas en lugar de leyes, prohibiciones y censuras, para que se reconozcan los derechos sin vulneración. Una apuesta por la educación y el conocimiento es imprescindible, pero ¿mientras tanto? Cómo gestionar el tsunami, qué criterios son válidos, cómo interpretar lo que implica ser generadores de contenidos, imágenes y conocimiento cuando se mira desde tan de cerca, sin perspectiva ni referencias precedentes válidas; ¿cómo actuar sin prejuicios ni condenas? Cómo fomentar la conexión saludable que se comprometa con la libertad de expresión al mismo tiempo que fortalece los vínculos que armonicen una auténtica sociedad igualitaria en oportunidades y solidaria con los más vulnerables.
Al sumergirse en la video instalación, el espectador entra en un espacio desorganizado de imágenes y sonidos superpuestos, donde queda abrumado por la sobredosis de información que no puede procesar. Se crea una fantasmagoría que remite a las propias redes sociales, a esa maraña confusa que desemboca en un uso fallido de la comunicación. El abuso obstruye y colapsa la percepción originando el efecto contrario al deseado: la terrible desconexión entre los individuos.
Sin embargo, estamos en el paleolítico de las tecnologías de la comunicación; estamos empezando a manejarnos con ellas y el mal uso que hacemos está más relacionado con una fase del aprendizaje que con la dirección que deben tomar, todavía demasiado relacionadas con el cuerpo físico. La tecnología promete una suerte de movimientos de interconexión que van más allá del individuo físico; quizá estemos ante los comienzos de una mística tecnológica que podría hacer replantearnos la vida y la muerte tal como la entendemos.
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